-Dejemos que decida el lector – dijo el señor B.
-Yo no voy a dejar en manos de cualquiera una decisión semejante – dijo el hombre, que en ningún momento dejó de apuntar al señor B. con su calibre 32.
-Hacé una cosa – dijo el señor B., intentando hallar alguna manera de dilatar lo inevitable: su propia muerte – Preguntale al lector. Ahora mismo está leyendo esta historia, en la que mi vida está en juego, en una pantalla de computadora. Yo voy a defender mi posición; vos, la tuya. Si el lector cree que vos tenés razón, que presione el número uno en el teclado. No habrá quejas de mi parte. En cambio, si cree, luego de juzgar los hechos, que yo tengo razón, que presione el número dos y me habrá salvado.
-Está bien – respondió el hombre del calibre 32, aliviado porque la decisión de matar no sería solamente suya. “Lo que estaba en juego era mi conciencia”, pensó.
-Empezá vos – dijo el señor B.
-Está bien…Señor lector, este hombre es un infame, es la peor carroña de la tierra, sus pecados no tienen perdón de divinidad alguna: primero se acostó con mi mujer; luego, con mi hija; estafó a mi yerno y lo dejó propiamente en la calle; vendió su auto a tres personas distintas, entre ellas estaba mi hijo. Le robó la tarjeta de crédito a mi cuñada y le secó la cuenta, solo para pasar tres días seguidos en un cabaret sin ver la luz del sol. Cuando comencé a sospechar de él, empecé a investigarlo y descubrí que había hecho lo mismo con otras familias, dejando atrás solo dolor y tierra baldía ¡Hasta engañó a un ciego! No hay cabaret en donde no se lo conozca, no hay aguantadero en donde no tenga crédito libre, no hay estafador que no lo tenga como referencia, no hay…
El lector presionó dos.
Al hombre del 32 no le importó. No podía confiar en la justicia de un hombre que lee cuentos.
Encerrar en la forma un fondo; apretar una emoción en la cláusula cerrada, como si atesorara un gorrión entre las manos; ver a Roma con ojos de niño, fraguando un adjetivo con la ternura con que un payaso se inventa una máscara. Con tanta poesía de versos libres, me atrevo a la esclavitud de la forma. Es el cepo estético el que me lleva por caminos desandados, por caminos que otros ya han hecho. Y mi voz es apenas un rumor entre tanta algazara de belleza, pero es una voz al menos.
Datos personales
- marcelo Jaurane
- San Fernando, Buenos Aires, Argentina
- profesor de Lengua, Literatura y Latín
miércoles, 4 de marzo de 2009
Cuento unamunesco
Etiquetas:
cuento fantàstico
profesor de Lengua, Literatura y Latín
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Conicido con el asesino: La literatura raramente obedece al autor, menos debe hacerlo con el lector. Saludos.
ResponderEliminarJajaja! ¡Te felicito! ¡Excelente remate, che!
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