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San Fernando, Buenos Aires, Argentina
profesor de Lengua, Literatura y Latín

viernes, 14 de junio de 2013

locus amoenus

I


altos y sonoros pinos

del río, llevan mi alma
por sus dormidas almenas,
por sus torres desveladas,
donde pajarea sola
y en soledad se desgarra
de los rumores del día
cuando la noche se fragua.
Altos y sonoros pinos,
que en el río se desmayan
y mecidos por juncales
en un rojo se desangran:
por sus faros de brisa
va sola y cantando mi alma,
herida por un ocaso
que se desnuda en sus ramas.
Mientras yo voy por el río, 
ella a gritos me llama, 
desde los verdes atriles
donde la noche se fragua.

II


Con la quilla de la tarde, 

con las cuadernas sin tiempo, 
voy remontando el río
sin un rumor de aparejos,
solo por remontarlo
viendo los muelles ajenos,
riberas con albardones;
álamos que en silencio
van anudando la noche
con los rubores del cielo.
Cuando me llegue la hora, 
cuando no apetezca el cuerpo
ni pitanza para el viaje
ni vianda para el misterio, 
quisiera irme así, soñando
mi propio río sin tiempo.
Remontando mis adioses,
diciendo mi último verso
de la humilde elegía
concebida por mis huesos.
Me iré, ceñido por sombras, 
viendo la tarde cayendo
como si toda mi muerte 
cupiera, amor, en tu beso.

III


Nacerme en la materia del ocaso

o vivir entre el sauce y la ribera,
y en la brisa, ya fango ya madera, 
desnudarme la tarde paso a paso.

Que un jilguero destace a navajazo 

limpio su montaña de sol quisiera, 
en mi ramaje, cada primavera,
y que todo ese sol me sepa a escaso.

Volveré en pájaro, en luna, en estrella, 

a buscar un cántaro en su ombligo, 
patria donde no viva la querella.

Aunque me vaya, seguirá conmigo:

y cada tarde soñaré con ella
hecho jirón de luz para su abrigo.


Marcelo Jaurane

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